No hemos empezado muy bien el 2013 familiarmente hablando,los años no perdonan y esas personas que siempre habían sido gigantes de salud ahora están palideciendo,sus voces se van apagando y el tiempo lo devora todo como dice mi abuelo.
Para no pensar en hospitales ni en tristes finales me voy a trasladar a uno de mis sitios preferidos de Barcelona,esa ciudad que me conquistó desde que nací y que siempre me apetece volver a visitar.
En uno de sus barrios, ahora tan de moda, El Born, está uno de esos lugares llenos de magia que me hacen sentir bien.Cuando voy a la ciudad condal es una de mis primeras y últimas paradas porque me transmite paz, me serena y me reconforta y salgo de allí con las pilas cargadas.
Me refiero a Santa María del Mar, el edificio gótico del barrio de la Ribera que ahora gracias a la obra de Ildefons Falconés La Catedral del Mar, es conocida internacionalmente.
Antes traspasabas sus puertas y te encontrabas con el silencio,puro y envolvente que te hacía trasladarte a otra época. La contundencia de sus muros proporcionan una amplitud que contrasta con las callejuelas que la rodean. Ahora el turismo hace estragos y siempre está llena aunque se respiran las mismas sensaciones.
No os quiero aburrir con detalles técnicos ni estructurales pero sólo esta obra de arte que empezó a proyectarse en el siglo XIV es una oda a la construcción y un enclave maravilloso para ser punto de encuentro de los barceloneses de la época así como de los marineros para rendir ofrenda a su patrona.Las vidrieras y el rosetón de la Plaza de Santa María juegan con la luz creando efectos suaves y potentes ayudando a crear ese misticismo propio de una iglesia pero que aquí se convierte en algo más.
Santa Maria está muy cerquita del mar, a escasos 10 minutos y puede que ese sabor mediterráneo también haya impregnado sus paredes y me haga sentirme tan relajada cuando me siento en uno de sus bancos y saboreo todos los detalles que la conforman: su ábside de elevadas columnas, sus contrafuertes, sus paredes desprovistas de cualquier artificio, sus naves diáfanas que han soportado incendios,terremotos... y su maravillosa acústica de la que he sido testigo en conciertos e incluso coros improvisados cantando a capela que me trasladaban a otras épocas.
Un edificio religioso, social y cultural en el que contrasta la piedra y la ligereza,la luz y las sombras, el sonido y el silencio. Una dicotomía perfecta en la obra de arte gótico-catalán por excelencia.
Como me gustaría estar allí ahora...
Si cierro los ojos y me atrapa el silencio puedo sentir el bienestar que me proporciona mi catedral del mar.